domingo, 9 de mayo de 2010
El nuevo descontento del turno democrático
El período de la Restauración (1875-1898) suele ser valorado por algunos como la más larga etapa de estabilidad institucional frente a los convulsos decenios anteriores, caracterizados por pronunciamientos militares y revoluciones varias. Lo cierto es que sus autores condimentaron al sistema con una serie de ingredientes que lo harían perfecto en la práctica. Durante años, los dos partidos mayoritarios, el Partido Conservador y el Partido Progresista se turnarían automáticamente en el poder en medio de prácticas caciquiles y manipulaciones del voto popular. Las elecciones eran el resultado de un acuerdo previo entre los partidos dinásticos sobre cuál de ellos debía gobernar en cada momento, en función de las circunstancias.
A cambio, los auténticos beneficiados eran los caciques de las ciudades y los pueblos, que compraban votos a cambio a cambio de favores por la “fidelidad”. En definitiva, el pucherazo estaba asegurado, de modo que no dudaban en falsificar el censo –incluyendo a personas muertas-. Toda una serie de prácticas fraudulentas que constituía lo que en realidad era un régimen político ficticio. Es cierto, como muchos explican, el éxito del sistema, pese a su falta de libertades, conducía a un orden jamás visto hasta entonces, que aceptaba parcialmente la pluralidad, mientras reprimía los movimientos revolucionarios democráticos, que terminaban siempre por generar un caos emanado de la «voluntad del pueblo». En definitiva, era el sistema idóneo para aquellos que querían lucrarse con la política, porque garantizaba paz social para los poderosos, sin la mala prensa de un modelo dictatorial.
Hoy, en la mayoría de los sistemas de apariencia democrática, parece resurgir el sistema liberal del turno pacífico. La conflictividad es mínima en las calles, los votantes se circunscriben perfectamente dentro de la lógica bipartidista y no hay duda de que gozamos de innumerables libertades cívicas. En este caso, la actual democracia española, fue el resultado de una nueva Restauración monárquica, un momento crítico que sirvió a los de siempre para la imposición de un régimen adecuado al contexto histórico en el que se encontraban. De nuevo, se frenaron a tiempo los impulsos excesivamente democráticos, la Ley de Amnistía acalló todo intento de poner en solfa a los asesinos franquistas y la transición se hizo primando el chaqueterismo político y los buenos modos. Como si nada hubiera pasado.
Pero todo orden impuesto desde fuera a la sociedad termina siendo una bestia depredadora que asfixia el alma de los individuos. El orden es vacío. Es desorden en potencia, porque a su alrededor se ciñe la más adusta ingobernabilidad. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor: la corrupción política nos asola (Gürtel, Pretoria, Malaya, Filesa: mismos perros con distintos collares). El bipartidismo asfixia la voluntad popular, circunscribiéndola a dos opciones políticas que más bien parecen órganos escindidos de una misma matriz. Los sindicatos son sus vasallos, y se pierden en marañas burocráticas que de poco sirven a los millones de parados. Junto al lujo y la ostentosidad de las grandes ciudades, se alzan cementerios marginales, guetos a veces invisibles para la opinión pública, donde caminan olas de drogadictos en busca de su próxima dosis.
Y lo que es peor: el Estado ahoga las necesidades vitales, al oprimir la búsqueda de satisfacciones y circunscribir la vida al trabajo asalariado. Toda persona es un artista en potencia, pero con el actual modelo económico, a tan sólo unos cuantos afortunados se les permite serlo. El resto, viven de las desbandadas del empleo al INEM, debatiéndose entre una existencia insustancial que más se asemeja a una muerte en vida. Las calles están llenas de gente que no encuentra su hueco en la sociedad, que vaga perdida en busca de algo que se le antoja lejano. Se nos ha enseñado muy bien a trabajar y callar, estamos perfectamente domesticados. Pero los poderosos deben saber que el desorden siempre vuelve. Tienen que saber que la raza humana, por muy domesticada, no es precisamente ignorante y que las masas de descontentos pueden lanzarse en cualquier momento a tomar el Parlamento, como ha ocurrido esta semana en Grecia. Así que estaos atentos, porque la rabia late en el fondo de este sistema, en el alma de todos/as los/as oprimidos/as.
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