Hoy por hoy, la droga es un negocio. Un oficio casi perfecto del que, además, viven centenares de miles de personas en todo el mundo. Se mueven millones en fluctuaciones más o menos encubiertas, y sus magnates eluden el control de la legalidad con el aliciente añadido de que conseguirán someros beneficios. Los comerciantes que se dedican a esto aprenden rápido y modifican sus comportamientos conforme las leyes tratan de perfeccionarse para atraparlos. Es inútil: ellos son más y son más rápidos. Las estructuras son tan fuertes que, si un narco es capturado, rápidamente es sustituido por otro, y así ad infinitum. Los grandes capos saben como asociarse con otros, fructificando en sólidos oligopolios con los que nada se puede hacer.
Pero detrás de ese limpio negocio hay un reguero de sangre. Los muertos entre bandas, los ajustes de cuentas y los zombis creados por la adicción son algunos de los daños colaterales de las drogas. Quizás resulta impercetible a simple vista, pero el mundo de la noche, ese mundillo paralelo al real, mueve mucho más dinero que el que configuran los sacrificados trabajadores asalariados. Por eso, cada vez son más –y sobre todo en tiempos de crisis económicas- los que escogen el camino fácil, y de la noche a la mañana se abocan a cualquier esquina a "pasar mierda". Una mierda que es consumida por los currantes del mundo real, por esos trabajadores que buscan un alivio, una vía de escape, una identidad que nunca hallarán por ese camino. Tristemente, nos guste o no, el mundo del ocio está marcado por el consumo de las drogas. Desde hombres de negocios hasta estudiantes, adinerados o mendigos. Muchos terminan sucumbiendo –sin distinciones- a ellas.
Y cuando hablamos de drogas eludimos el alcohol, el tabaco y la marihuana. Nos referimos a las drogas duras. La cocaína es sin duda la gran triunfadora en el mundo nocturno hoy en día. Quien más y quien menos conocemos a amigos o familiares que se debaten en una lucha infernal contra el demonio de la adicción. Un demonio contra el que es muy difícil vencer. Se comienza por una raya en una cena de empresa. Se termina en un centro de rehabilitación. De ese dolor, del que tan sólo los hombres de negocios que se lucran con las drogas salen beneficiados, saben muy bien aquellos que lo han perdido todo, los que se han quedado en la ruina por tener que alcanzar para una nueva dosis. El Sistema no hace nada por ellos: son fallos, daños colaterales. Ni siquiera puede reciclarlos a todos. Simplemente, los deja pudrirse en las calles. O los interna en una cárcel, donde terminan ahorcándose o mueren de sobredosis, enjaulados como perros.
Quizás ha llegado el momento de replantearse todo esto. Si la economía sumergida que gira en torno a las drogas es tan fuerte y si hay tantas víctimas a su paso, ¿por qué no se hace nada por remediarlo? La represión como arma de disuasión es obvio que no funciona. Ni funcionan los tibios anuncios institucionales en la televisión, ni los más tibios todavía programas educativos en las escuelas. No funcionan, porque en la práctica, no hay resultados. Si una cosa nos ha enseñado la gran The Wire –que no es ninguna campaña educativa, pero que resulta más pedagógica que cualquier de ellas- es que no se puede eludir más el debate sobre la legalización. Legalizar podría acabar con los camellos, con los sicarios de la droga y con la marginalidad que las envuelve. Legalizar supondría luchar contra las adulteraciones químicas y sangrientas que cada vez hacen más peligrosas a las sustancias consumidas.
Ahora bien, este es un campo en el que existe mucha demagogia. Pero también hay mucha presión para evitar la cuestión. Sencillamente, no es un debate que genere votos. Más bien, es perjudicial para ellos. Los partidos se encuentran cómodos haciendo campaña contra las drogas. Para el sistema político, las drogas son también un negocio. Se lucran prometiendo la reducción de su consumo. Pero, una vez en el poder, se dan cuenta de que es imposible luchar contra un monstruo con los tentáculos tan afilados.
Afortunadamente, el debate comienza a producirse. Y no es cosa de “cuatro colgados”, como pudieran pensar algunos. Incluso el conservador Vargas Llosa se ha pronunciado favorable al respecto. A los que siguen abogando por el encarcelamiento y la represión contra las drogas, tan sólo cabría recomendarles que se dieran un paseo por México, donde el contrabando asfixia la economía del país. O por Colombia, donde el narcotráfico controla casi la totalidad de la vida política. O, a lo mejor, tan sólo tendrían que salir a la calle y contemplar desde una perspectiva más serena la sociedad que les rodea, para comprobar que la realidad dista mucho de estar pintada de color de rosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario