sábado, 26 de diciembre de 2009

Sobre el desencanto político y el inmenso vertedero




No hubo sorpresas en la asamblea de ayuntamientos adheridos al Consorcio de Residuos del área de gestión 2. Con el apoyo del 80% de los 93 municipios formantes (sólo 9 votaron en contra), la empresa FCC-Dimesa ha recibido el beneplácito para gestionar las basuras que diariamente generan los 315.000 habitantes censados en un total de cinco comarcas. Lo hará a cambio –ni más ni menos- que de 21 millones de euros al año. Primero, claro está, deberá aportar los títulos de propiedad de los terrenos –arduo es el rumor de pelotazo descarado en las propiedades del consejero delegado de la empresa Llanera-, aunque lo cierto es que no importa porque, en caso contrario, el consorcio expropiaría los terrenos y todos amigos. Asunto destacado de todo el proceso es la oposición de 180.000 personas, materializadas en firmas, aunque parece que no es prioridad del Consorcio establecer un debate claro con los vecinos y las vecinas afectadxs.

Pero vayamos a las cifras, sobre todo las negativas. La fecha para la apertura de la planta de valoración: 2015. A partir de entonces, se tratarán 169.000 toneladas de residuos sólidos urbanos al año. Las dimensiones del macrovertedero, por otra parte, serán de 183.902 metros cuadrados: aproximadamente unos 25 campos de fútbol (que se dice pronto). Como sabemos, la llegada de residuos comporta la destrucción de la naturaleza, otro punto fuerte que deberá tener en cuenta el futuro informe de impacto ambiental (si es que lo hay). Y es que el Consorcio parece obviar que el monte ha sido (y es) nuestro principal motivo de existencia, el sol que ilumina a unas localidades pequeñas que sin esos parajes naturales no tendrían sentido. Municipios de interior privados de su naturaleza, de su fuente de vida y existencia.

No queda más que decir, la guerra es declarada con los principios de las grandes ciudades: aquí uno (o una) se viene encontrar tranquilidad, a descansar, a respirar el aire puro imposible en las grandes ciudades turísticas. Pero a los urbanitas poco les importa que no podamos respirar, que probemos de su medicina, porque el turismo de interior siempre ha reportado menos beneficios que el de las grandes ciudades. Y a partir de ahora, ni que decir tiene, que aún reportará menos. La ineficacia de un vertedero tan inmenso está ya probada. Imágenes del de Vitoria (www.noalmacrovertedero.net) relucen una gestión donde las filtraciones de lixiviados son irremediables, así como los malos olores, el deficitario tratamiento de residuos (de nada vale reciclar) o las famosas gaviotas (y no precisamente del PP).

Visto está que no es esta una causa partidista. Y no lo es visto que prácticamente ningún ayuntamiento se ha opuesto a la medida, lo que contrasta con esas 180.000 firmas presentadas por la Plataforma. Tampoco nos cuadra el número de banderas amarillas que cientos de vecinos de las principales poblaciones afectadas todavía a día de hoy mantienen en sus balcones, lo que demuestra la fuerte vitalidad de un movimiento vecinal sin partidos como intermediarios. Porque se ha visto que la pragmática coalición PPSOE no ha funcionado en este caso: no funciona, de hecho, cuando el dinero está de por medio. Y siempre lo está. Ahora que los tertulianos se rasgan las vestiduras porque la confianza en los políticos está bajo mínimos. Ahora que la encuesta del CIS considera a los políticos como el tercer principal problema del Estado Español.

Ahora, es el momento de preguntarse por qué. ¿Por qué un movimiento consolidado de ciudadanos no encuentra representación alguna en sus supuestos representantes? ¿Por qué los partidos están tan alejados de las verdaderas reclamaciones de sus votantes? ¿Por qué hay tanta corrupción? Una infinidad de cuestiones sin respuesta aparente para los tertulianos y que viene a certificar una rotunda hipótesis: ¿no será que los partidos políticos, que el poder en general, ejerce una barrera en la consecución de las demandas ciudadanas? ¿No será ya hora de vivir sin un gobierno sin organizaciones políticas de por medio? ¿No habrá que pensar en que el gobierno sea por fin el nuestro, el de las asambleas de vecinos y la democracia directa? En fin, muchas preguntas y pocas respuestas, dirán los más escépticos y defensores de la representatividad. No sé, será que estoy hoy muy aristotélico.

jueves, 17 de diciembre de 2009

¡Muera la propiedad intelectual!

Llegó dios y creó la cultura. Y las clases altas se apoderaron de ella. De las migajas, los pobres mortales, la gran inmensa mayoría no perteneciente a la bendecida burguesía, tratamos de crear la nuestra propia. No fue –ni sigue siendo- tarea fácil. Desde siempre, el estado de cosas quiso separar la alta cultura de la baja. La cultura de los eruditos, de los escogidos, la ínfima mayoría seleccionada genéticamente para alcanzar ese mundo de las ideas copado de saber (y poder). Tomando a los individuos por tontos, las clases dominantes lograron así apoderarse de un instrumento perfecto de dominación: restringieron el saber, se autodenominaron ilustrados y mantuvieron en todo momento su distinción con el vulgo ignorante.

Antes de que Ortega y Gasset bautizara a las masas como “bárbaros sin espíritu”, era la Iglesia la que controlaba la maquinaria cultural. Más adelante, sin embargo, algunos intelectuales apartaron su visión crítica y apoyaron la perpetuación de las desigualdades (sociales y culturales). Ortega y Gasset, por ejemplo, comenzó apoyando la II República, pero terminó cayendo en una deriva semi-fascista, por el simple hecho de que no se le dio ningún cargo en el citado gobierno, algo que esperaba de todo corazón por ser “la voz del pueblo”, el intermediario entre los bárbaros y el mundo de las ideas. De nuevo, la relación odiosa entre el saber y el poder quedó al descubierto.

Cuando la libertad de pensamiento y la alfabetización ya no eran barreras para el avance de la cultura sobre la masa, los más poderosos se rasgaron las vestiduras, porque el conocimiento ha sido siempre un peligro para el orden establecido. Sin embargo, fueron rápidos, y se apoderaron de la baja cultura. En un sistema casi perfecto, por lo tanto, el Estado gestiona la alta cultura, dedicada todavía a un grupo selecto de pseudointelectuales (que van a la opera, adoran el arte moderno y escuchan música clásica). Para que el sector imparable de la cultura para los pobres (que por fin se han liberado –supuestamente- de sus cadenas y tienen libertad de expresión) no fuera un «descontrol», rápidamente el poder económico se apoderó de él. Es entonces cuando se crea la cultura para las masas, la del consumo rápido, la del best-seller de usar y tirar (como todo en la sociedad informacional).

Estamos, por lo tanto, en un callejón sin salida. La alta cultura es supuestamente sólo entendida por los intelectuales y la baja cultura no es cultura sino mercancía, que se compra y se vende al mejor postor, con la disminución cualitativa de los contenidos que ello supone. Pero su aspecto más criticable es que la cultura de los medios convencionales no es la de la gente común, la cultura de las masas no es de ellas, sino para ellas. Las clases populares siguen excluidas de este terreno, porque no somos nosotros quienes la producimos, sino los medios legitimados para ello, en una relación de poder (donde el receptor ocupa un rol claramente de sumisión ante el emisor). Pero la cultura es compartida, debe de producirse un retorno y no ser unidireccional, porque la unidireccionalidad es sólo propia de los totalitarismos. La cultura es libre, porque libera al individuo y sirve para su emancipación. Una cultura de masas mata a la inteligencia y a los intelectuales, que es lo que quería un franquista como Millán Astray. De la cultura común –que no necesariamente gratuita, como se dice por ahí- nos beneficiamos todos. Desde aquí, damos la vuelta a las palabras de Astray y decimos: muera el copyright, muera la SGAE, mueran los derechos de autor y la propiedad intelectual.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La paz era una paloma (merodeada por buitres)

Quizás sea una de las palabras más utilizadas para justificar las más atroces barbaridades. Al mismo tiempo, es un brillante recurso elucubrado por demagogos, falsos demócratas y discutidores sin argumentos. Hablamos del término paz. Un concepto sobre el que se han tenido discusiones acaloradas e intensos debates desde el principio de los tiempos. Y es que ¿quién puede oponerse a que haya paz? Absolutamente nadie. De lo contrario, estaríamos hablando ante un fascista, un nazi, un violento por naturaleza que no ama a la condición humana. Según el discurso oficial, por lo tanto, es mejor una paz agónica y precaria que la incertidumbre de enfrentarse a un nuevo modelo.

La paz es utilizada descaradamente por los gobiernos y los medios de comunicación como un instrumento de legitimación social. Un modelo ideal de vida que marca lo que es bueno y deseable para el conjunto de la humanidad. Donde haya paz, todo vale. Cantaba Raimón de vegades la pau és un desert. Cuánta razón tenía. En 1984, la novela de George Orwell, el Gran Hermano aseguraba una guerra permanente contra estados inexistentes y ponía en la paz el ideal supremo al que había que llegar y para el cual todo el mundo debía colaborar. Desde esta perspectiva, nadie medianamente cuerdo podría oponerse a la paz, aunque tuviera que sacrificar cualquier cosa a cambio.

Hoy, lo que sacrificamos por la paz es nuestra libertad, nuestra privacidad y, muchas veces, nuestros derechos fundamentales. Las cámaras de seguridad se han extendido por doquier y prácticamente no podemos hacer nada sin ser controlados por ellas. Pero, cuidado, es por nuestra seguridad. Y entre seguridad y guerra, siempre gana la primera. La paz era una paloma, dice otra canción, esta vez del grupo vasco Soziedad Alcohólica. Una banda perseguida judicialmente por expresar en sus letras ciertas dosis de violencia y por cagarse –con perdón- en quien “no debieran”. Así, vemos como también sacrificamos nuestra libertad de expresión por la paz. ¿Qué somos, al fin y al cabo, si vivimos en una sociedad donde ni somos libres ni tenemos privacidad?

El pacifismo actual es una patraña. Aquellas y aquellos que enarbolan su bandera no se dan cuenta de que luchan por un ideal imposible, porque ya se lo ha adueñado el Estado del Bienestar, la sociedad del consumo. El capitalismo, en definitiva, ha sabido defender ciertas guerras con el ideal supremo del pacifismo incrustado. Ahora, los ministerios de la guerra –como dilucidaba Orwell- buscan la paz, con lo que ambos términos se confunden en una dicotomía legitimada. Contra un Sistema que utiliza selectivamente la violencia (a veces no física, pero sí una violencia invisible, aunque siempre dolorosa), si buscamos una paz verdadera, basada en la solidaridad y la justicia entre los pueblos, no puede ser por otro medio que no sea mediante la violencia.

El Estado de Derecho legitima el derecho a emplear la violencia, empuja al individuo a venderse como fuerza de trabajo, a la precariedad y al sometimiento dentro los límites establecidos. Mediante esa violencia estatal invisible, cientos de miles de personas se suicidan al año en todo el mundo y otras tantas mueren a causa de las “guerras por la paz”. Si queremos luchar por un pacifismo verdadero, construido sobre unas bases sólidas, no hay otro camino que no sea la revolución violenta contra todos los elementos que aún hoy, como antaño, siguen conformando ese ente depredador que es el poder.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Benvinguts al paradís

Els diumenges son dies tristos per als que vivim en un poble i alhora estudiem en la universitat. Abandonar eixe petit paisatge on t'has criat és sempre un esdeveniment gris, tot i que siga tan sols per una setmana de duració. No és patriotisme el que sentim, sinò una sensació de deixar darrere una porció de la vida -la feliç infantesa- que ens va abandonar irremediablement ja fa un temps. És una nostàlgia dels carrers buits, de la pau constant, de la tranquilitat que ho inunda tot com l'aigüa al mes de maig. Són les muntanyes, tan properes, la natura verge que et fa respirar la llibertat amagada en l'aire pur. És el sentiment de conéixer tot el territori palm a palm, fins i tot cadascú dels veïns i les veïnes.

Tota eixa gama d'emocions l'hem deixada darrere, tot i que no vullgam reconéixer-ho. I ara ens penedim de no haver gaudit quan tocava, quan encara podíem. Perque la paradoxa és que, mentre no eixíem d'aquest acollidor paratge, no ens donàvem compte de les seues meravelles, que fins i tot avorríem, i volíem deixar darrere, avorrits d'un panorama tancat que ens oprimia. Pero amb una setmana en la ciutat, tot això canvia. Diuen que no ens donem compte del que tinguem fins que ho perdem, i amb el canvi del poble a la ciutat això pareix una profecia autocumplida.

Quan arriben els dilluns, no ens volem despertar. Ens trobem ja a València i, quan eixim al carrer, ens sentim com Derzu Uzala, perduts en un panorama que ens queda massa gran. Els arbres han canviat per la parsimoniosa acritut dels enormes edificis, que s'alcen com a malformacions aberrants per a la vista. L'aire es torna embarrat pel diòxid dels cotxes i no som capaços de parlar amb les persones ni en els ascensors. Jo ni conec a qui viu en la porta del meu costat, en el pis de lloguer on visc. Com pot ser això? L'individualisme ens aterra, perquè hem estat acostumat, des de xiquets, a jugar al carrer, a estar envoltats de gent per tots els costats. I ara ens encarem a una soledat imposada per la distància i la pressa de la vida urbana.

Ens podrem acostumar a eixe canvi, amb el pas dels anys, però mai oblidarem els paratges on vam créixer. Sempre -en el fons del nostre esperit- desitjarem que arribe el dia que ens toque tornar al nostre poble, eixe xicotet món de fantasia on tot pot convertir-se en realitat. Un món que sempre serà nostre, no com la ciutat, que se'ns rebel.la al.liena. I quan vislumbrem a l'hortizó les muntanyes, sabrem que hem arribat, per fi, al nostre particular paradís.

martes, 24 de noviembre de 2009

La deuda del mundo con América Latina (I): Colombia



De todos los países maltratados del continente americano, seguramente Colombia es el que sale mejor parado en la prensa occidental. Si bien todas las informaciones de los grandes medios de comunicación suelen estar enfocadas claramente contra las políticas de los países socialistas, Colombia se enmarca en una postal áurea donde sin duda alguna la interpretación no se ajusta para nada en la realidad sociopolítica de un país que ocupa el quinto puesto del continente en el número de personas hambrientas, según la ONU. En España, por ejemplo, ese apoyo injustificado (que no tienen Venezuela o Bolivia, por ejemplo) se debe a dos motivos fundamentalmente. En primer lugar, los intereses empresariales de los principales grupos mediáticos. PRISA, por ejemplo, es el propietario de El Tiempo, el periódico más importante de Colombia, así como de la emisora más escuchada, Radio Caracol.

En segundo lugar, el hecho de que el país gobernado por Álvaro Uribe cuente con el apoyo institucional de Estados Unidos también es un motivo de fuerza. Un nombre, el de Uribe, que parece ser la pieza clave para la consolidación de Colombia como el bastión de la política norteamericana. Así es como se comprende la decisión de instalar ocho bases militares de la gran potencia mundial en territorio colombiano. Una clara apuesta de Obama (nobel de la paz) para vigilar de cerca las políticas antiimperialistas del venezolano Hugo Chávez y sus aliados. Los medios dominantes, por supuesto, a penas han hablado del impacto de esa militarización en un país ajeno, y se han centrado en maximizar las declaraciones de Chávez sobre la amenaza de una guerra con Colombia, totalmente sacadas de contexto para presentar al presidente como un incontinente verbal belicista, en su tónica. Pero si preguntamos a cualquier ciudadano español sobre el por qué de esas declaraciones, seguramente se encoja de hombros.

Pero ¿qué es lo que ocultan los medios sobre Colombia? En primer lugar, su economía. Es común que diarios como El País o El Mundo publiquen artículos aludiendo a una supuesta bonanza económica del país, frente a un silenciamiento de los logros económicos de los países con regímenes bolivarianos. Nada más lejos de la realidad. Los datos de la OMC aseguran que en Colombia existe una pobreza del 51,5%, un paro del 11,6% y un salario mínimo de 170 euros (en Venezuela es de 286 dólares). Además, 4 de cada 100 empleados cobra menos de esa cantidad. El 27% de los colombianos viven con menos de un dólar al día y 10,8 millones están en la indigencia (según el último informe de la Comisión de Estudios Económicos para América Latina, un 2,7% en este año más respecto a 2008). Un país con tierras de calidad y cantidad como para nutrir a toda América Latina que, sin embargo, es víctima de una política caciquista basada en un modelo fuertemente bipartidista (se alternan constantemente liberales y conservadores en el poder) y que no da opción a los partidos de izquierda o a los socialdemócratas.

Precisamente cuando Unión Patriótica –el primer partido de izquierdas que trató de presentarse a las elecciones- se formó, se produjo una represión política que condujo a su desaparición forzada. A raíz de esa imposibilidad de actuar en las urnas, nacieron dos grupos armados, en los años 60, con el objetivo de imponer por la violencia lo que pacíficamente es imposible. Precisamente, las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) se han convertido ahora en las cabezas de turco de todos los males de Colombia. Todos los problemas tienen su raíz, según los medios, en dichas bandas organizadas, que nacieron con la intención de proteger a los campesinos de las políticas de exterminación impuestas por el gobierno. Se les imputa todo tipo de atentados, aunque ellos mismos los nieguen.

Precisamente para reprimir a la insurgencia surgen a finales de los 70 los primeros grupos paramilitares, promovidos por Uribe, cuando era todavía alcalde de Medellín. Organizados principalmente por terratenientes y grupos emergentes de narcotraficantes, para que prestaran seguridad a los cultivos de coca e intimidaran y atentaran contra sindicalistas y líderes populares. Numerosos dirigentes políticos fueron asesinados. Entre 1986 y 2008 hubieron un total de 2.669 asesinatos.

Actualmente, se vinculan 68 congresistas con el paramilitarismo, lo que pone en duda la legitimidad del congreso. Desde que Uribe llegó al poder, en 2002, su promesa de mayor seguridad mediante el fortalecimiento del ejército y las armas está consolidándose como la mejor forma de propaganda para lograr el apoyo estadounidense. Ese supuesto aumento de la seguridad, según los medios, se traduce en cuatro millones de desplazados despojados de sus tierras y en más de 10.000 desaparecidos. Sin embargo, los medios españoles silencian constantemente estas cifras, en contrapartida con lo que sucede con los datos de los exiliados cubanos, que no dudan en magnificar y resaltar continuamente.

Por lo tanto, el de Uribe es un gobierno construido sobre la base de una represión sanguínea contra el movimiento obrero y los líderes sindicales, una explotación desigual de los recursos de los agricultores y una pobreza sólida contra la que las medidas efectivas brillan por su ausencia. Colombia es, además de la gran aliada de Obama en Latinoamérica (por su condición de país conservador y receptivo a sus políticas), una dictadura camuflada donde el terror del paramilitarismo es el pan diario con el que se topan sus ciudadanos y ciudadanas, forzados aun sistema político que a penas les representa y donde los narcotraficantes campan a sus anchas con la inhibición intencionada de las instituciones.

martes, 17 de noviembre de 2009

Ante las vagas promesas: soluciones urgentes

Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis. Otro niño más ha muerto en el mundo por desnutrición. Cuando escribo esto la medianoche amenaza con volver. El término del día arroja una cifra todavía más agobiante: a lo largo de estas 24 horas habrán muerto un total de 72.000 personas en el mundo por esa misma razón: la falta de alimentos. Carencia que no es tal, o que, al menos no debería serlo. Basta con una visita a cualquier supermercado para darnos cuenta. Un vistazo por el recorrido de los alimentos, desde que se recogen hasta que se desechan. O, simplemente, un paseo por el territorio forestal: decenas de frutos se quedan en los árboles porque “no resulta rentables recogerlos”. De entre los que tienen el privilegio de ser recolectados, un gran porcentaje es retirado por no encontrar su sitio en el mercado.

Mercado, rentabilidad, desecho. Tres términos muy unidos, entrelazados en la cadena de desesperación que supone el sistema capitalista para un tercio del planeta. Ese tercio corresponde a un grupo de personas que son tratadas por el resto como desechos de los que se puede prescindir fácilmente. Son la escoria, los parias, aquellos que no encontrarán nunca cabida en el planeta, porque alguien ha decidido que así sea. Ellos tienen que existir para que el primer mundo exista. Para que los banqueros reciban sus ayudas ante la crisis, como bien ha resaltado Lula, son necesarias esas 72.000 muertes diarias. Lo más prescindible son, sin embargo, cumbres como la de la FAO, que comenzó ayer en Roma con promesas vagas y notables ausencias. Ni Zapatero ni Obama estaban en la mesa. Éste último se encontraba más ocupado negociando con China sus intereses económicos de crecimiento continuado.

El crecimiento. Esa lacra necesaria en la economía de mercado, causante de los “daños colaterales”, medioambientales y humanos. Algunos de esos hambrientos famélicos deciden huir de su país y tratar de retornar al primer mundo. Si les dejan pasar, se agrupan en guetos, donde siguen siendo lo mismo: parias olvidados, residuos humanos de la modernidad que más valiera que no hubieran nacido. Si no logran franquear las enormes alambradas de nuestro bienestar, son retornados o encuentran por fin su merecido final: la muerte en el mar o en las costas. Y con esa vergüenza pueden vivir los grandes líderes del mundo, esos políticos cargados de promesas y vacíos de sentido. Una vez más, pueden los intereses. Y el interés primordial de las grandes potencias no pasa por aumentar su ayuda al desarrollo (anclada en ese vergonzoso 0,7) o destinar algo de dinero para esas 1.020 millones de euros que, según la FAO, pasan hambre en el mundo. El interés no es decrecer, que sería la única alternativa factible para hacer retroceder la pobreza y el deterioro del medioambiente.

Mientras Occidente se desentiende del hambre en el mundo y apuesta por las ayudas a las entidades financieras y a las grandes empresas –que fomentan el deterioro de los países pobres con la descentralización de su producción-, nuevos residuos humanos se abocan sin remedio al cubo de los desperdicios. Los 20.000 millones de euros que prometió el G-8 no están ni mucho menos garantizados, Italia ha reducido su ayuda en un 50% y la indigencia aumenta día tras días, incluso en los países ricos. No es posible transmitir esperanzas mientras el sistema capitalista siga vigente. Hay que ser realistas, pedir lo imposible. Y no podemos pedir lo imposible mientras sean los gobiernos del primer mundo los que decidan sobre todo el planeta. No puede ser Obama el que influya en la política de los países pobres. Tenemos que ser nosotros, los ciudadanos, los que ayudemos a derrocar el sistema de desigualdades e injusticias, perpetuado durante siglos.

martes, 24 de febrero de 2009

Caminos

Sentado en el banquillo de los acusados, toda su vida transcurre como una película ante sus ojos. En el interior de su mente se arracima una cantidad insostenible de recuerdos, la mayor parte de ellos agradables. Por ello, decide obstinarse, sumergirse en las aguas de la memoria y bucear entre ellas para así huir del juez, de su abogado, de los medios de información que, con tanta saña, se han vuelto repentinamente en su contra. Y recuerda su infancia, cuando su padre, en su más estricta concepción de la disciplina, le recordaba continuamente que debía esforzarse para ser alguien en la vida, para llegar a lo más alto. Ambición, esa es quizás la palabra que mejor resuma su existencia, y para nada se lamenta de ello. Su padre jamás consiguió nada, y ahora, si siguiera vivo, estaría orgulloso de él. Todos le observan en la sala, pero él no deja de esbozar una amplia sonrisa condescendiente bajo su profundo bigote gris, a juego con la corbata.

Una fortuna incalculable, una vida excelsa, una mansión por casa, las mejores putas de la ciudad y la alcaldía de la misma. Todo ello es lo que le mueve a declararse inocente. ¿Cómo un hombre culpable puede haber conseguido todo eso? Los sobornos, las comisiones, los ostentosos contactos y paraísos fiscales. Todos ellos fueron medios para alcanzar la meta y satisfacer a su padre y, por tanto, están justificados por completo.

De pronto, cuando abandona el ostracismo de la realidad en el que se hallaba inmerso y fija su atención en el juez que se encuentra sentado frente a él, todo su mundo se tambalea, y las piernas comienzan a flaquearle irremediablemente. De pronto, más recuerdos. Destellos de otra etapa de su vida, esta vez en la universidad. Aquel estudiante de derecho escuálido, su antiguo mejor amigo, con acento catalán y formas robotizadas, preside la sala y es quien decidirá su pena. Con él compartió horas y horas de diálogos encendidos, tendidas discusiones sobre espléndidos planes para cambiar el rumbo de un mundo que veían a la deriva. Uno, estudiante de derecho, lucharía por los más débiles. El otro, de Ciencias Políticas, porque para cambiar el mundo había que hacerlo desde dentro. Esa era su mayor consigna en la juventud, y ahora vuelve a él, como un boomerang, intentando transmitirle algún mensaje misterioso. El juez le declara inocente, bajo su atónita sorpresa. Cuando se encuentran en la salida, y le pregunta por qué lo ha hecho, éste le responde sintéticamente:

- Tenemos que salvar a la humanidad, ¿recuerdas?