lunes, 31 de mayo de 2010
T.D.T. = Teleapología Digital del Totalitarismo
Hay noches en las que, por determinadas circunstancias, uno no tiene otro remedio que quedarse pegado al televisor. Invadido por el tedio de un día agotador y con una cabeza soñolienta posada infranqueable encima de las rodillas, esta es una de esas veces en las que el alma no obedece las instrucciones de la mente, y prefiere hacer yacer al cuerpo en su calmado reposo. La fuerza irradiante de la pantalla catódica resulta idónea, por otra parte, contribuyendo a ese estado de adormilamiento cerebral.
Pues bien, fue entonces, más concretamente el viernes por la noche, cuando descubrí el estercolero en el que se ha convertido la llamada Televisión Digital Terrestre; al menos, para los que tenemos la desgracia de vivir en el País Valenciano. Y es que, he de confesar, el casero al que religiosamente le pago el alquiler de mi piso todavía no ha tenido el gusto de arrimarse por él para instalarme el aparatito en cuestión –tampoco es que lo eche en falta-. Por eso, tiene que ocurrir la circunstancia de visitar otro hogar diferente para “ponerme al día” sobre cómo está el asunto.
Lo que descubrí fue, repito, que la televisión se ha convertido en el gran macrovertedero de la caverna mediática española. El hecho de que fuera la Generalitat Valenciana quien adjudicara los canales de TDT pronto terminó por pasarnos factura. Popular TV, Intereconomía, Las Provincias TV, Sí Radio... Decenas de cadenas semifascistas han terminado por imponerse en el escenario televisivo, tendiendo los tentáculos de la cultura fachoide a la sociedad valenciana –ya bastante perjudicada de base-. Sin a penas presupuesto, estos canales se debaten entre cutres tertulias políticas con escaso fundamento documental e informativos manipulados con nulo rigor constructivo. Si Goeebles levantara la cabeza, se llevaría el mayor de los goces terrenales, al comprobar como su teoría de la propaganda nazi ha logrado calar hasta en las sociedades democráticas.
Salto de un presentador argentino que despotrica sin ton ni son contra los sindicatos, haciendo apología de la desgracia. Porque esta gente es así: cuánto peor esté España con gobierno “socialista”, mejor para ellos. Efectuar el mercadeo político con el sufrimiento de las familias a base de un populismo consistente en exagerar todo lo malo “cuánto más mejor” es una de las tónicas dominantes en este tipo de basura programada. Son las desgracias que los mismos conglomerados mediáticos prefieren obviar cuando la derecha está en el gobierno.
La razón es sencilla. Uno podría pensar: ¿de dónde salen tantas cucarachas de extrema derecha? ¿Quién paga el sueldo de tantos pseudofranquistas en potencia? Está claro: empresas afines a toda suerte de directivos populares, que abarcan la completa gama de tonos azulados. Cuando gobierna el PSOE, a las empresas no les va mal. Pero podría irles mejor. Los empresarios y sus organizaciones bien lo saben: no hay nada como una política neoliberal y conservadora como para conseguir maximizar sus beneficios. El objetivo entonces es claro: machacar como sea a la izquierda, aunque sea cargándose toda suerte de deontología periodística.
Y es que si a estos canales les sumamos los que ya teníamos, en analógico, el panorama es desolador. Telecinco, Antena 3, Canal 9, Telemadrid... Lo extraño, teniendo en cuenta tanta propaganda derechista en televisión, es cómo el Partido Popular puede seguir en la oposición (o quizás sea un dato que diga muy poco del poder de influencia de estas cadenas). Sea como sea, lo cierto es que cada vez nos alejamos más de lo que debería ser una televisión de calidad. La pública se halla en claro retroceso, viendo peligrar la oferta de contenidos, mientras las privadas se depredan unas a otras en grandes conglomerados mediáticos. Con la llegada de lo digital, la calidad ha disminuido, y la mierda –con perdón- está ahora más dispersa. No es de extrañar, por lo tanto, que, frente a la dictadura de la televisión, que nos condena a ver lo que unos directivos prefijan en sus programaciones diarias, cada vez gane más terreno la red como plataforma audiovisual por excelencia. Si esto continúa así, la televisión habrá desaparecido en una década.
En la pantalla, un supuesto moderador con aires de grandeza. Su pelo no podría estar más engominado. Verdaderamente, parece un descendiente directo de José Antonio Primo de Rivera. Le acompañan un periodista progresista y cinco conservadorxs. El primero está totalmente perdido, asfixiado por las pullas de sus compañerxs y el silencio cómplice del presentador, que no amaga su ideología ofreciendo turnos de palabra. Zapatero es el culpable de todos los males: desde la bomba de Hiroshima hasta la erupción del volcán islandés. El caso Gürtel, como el 11-M, toda una invención propiciada por la coalición entre el gobierno y la policía nacional. Atacado por profundas carcajadas ante el espectáculo que ven mis ojos, apago el televisor. Definitivamente, El gato al agua, programa de las noches de Intereconomía, cada vez se parece más al Club de la Comedia.
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domingo, 23 de mayo de 2010
De censura comunicativa a nivel comarcal
La pasada semana, la Plataforma No al Macroabocador de Llanera denunciaba censura por parte de algunos medios de comunicación comarcales. En concreto, citaba a dos: La Costera TV y Canals Radio. La cadena comarcal, por no haber cubierto una charla multitudinaria celebrada en Llanera sobre el vertedero y por otra serie de desplantes. En cuanto a la radio de Canals, por no haber querido contratar una cuña anunciando la manifestación del pasado sábado, excusándose en que, para la publicidad no comercial, hacía falta el permiso del alcalde. Una condición absolutamente sorprendente en un régimen democrático. De repente, como si nos retrotrajéramos al franquismo, se necesita el permiso de la autoridad competente para un simple anuncio de radio en favor de la movilización ciudadana.
Pero no sólo esos dos medios no hacen todo lo que debieran en relación a una movilización popular de tal calado como es la que se opone al proyecto de macrovertedero en Llanera. Podrían citarse muchos otros que prefieren “pasar” del tema, hacer oídos sordos ante el clamor popular. En relación a las críticas de la Plataforma a La Costera TV por adoptar precisamente esta actitud, su director se excusó en una carta explicando que “no es la obligación de la cadena cubrir todo acto ciudadano”. Y es que la verdadera censura sucede cuando se silencian o minimizan los hechos repetidamente. El auténtico ataque a la libertad de expresión se produce cuando las cadenas comarcales desoyen la voz del pueblo, la de la opinión pública, de la cual –no hay que olvidarlo- se sustentan.
En esas estamos. El modelo comunicativo local actual está configurado en su mayoría como un altavoz del poder y de los partidos políticos que gobiernan. Como fieles servidores de las autoridades competentes, se dedican a ejercer de fieles propagandistas. Están allá donde se les necesita, persiguiendo al alcalde de turno como perros lazarillos, ya sea inaugurando calles o plazas. No se pierden ningún acto. Para los apasionados del verdadero periodismo, esa actitud resulta lamentable. De nuevo, nos retrotraemos al Nodo franquista, cuando las únicas noticias reseñables pasaban por la inauguración de pantanos y por dónde iba a pasar el caudillo sus vacaciones. Pero bien sabemos que esto no es periodismo, es propaganda institucional con el único fin de conseguir alguna futura victoria electoral.
Por eso está fracasando la TDT y los servicios comarcales y locales de las televisiones y radios. Se nos dijo que era la última panacea, el último avance para acercar al espectador la actualidad de su entorno. Nada más lejos de la realidad: estas cadenas han fracasado, y se debaten entre el malgasto de las subvenciones públicas y la debacle económica. El pueblo se siente desatendido, como siempre, no se ve representado en estos medios de comunicación. Lo que demandan los vecinos son televisiones y radios donde su voz se oiga como la que más, sintiendo que son parte de algo. Un sueño que, a día de hoy, parece inalcanzable. Tanto los medios masivos tradicionales como los nuevos se hallan sujetos a diversos intereses político-empresariales que condicionan sus respectivas líneas editoriales, teniendo que desoír en demasiadas ocasiones a la opinión pública.
Es en ese contexto, es donde los medios digitales pueden encontrar un filón. Acercándose a las protestas y reivindicaciones de los vecinxs respecto a su territorio, la democracia y el periodismo saldrían ganando. En efecto, vivimos en la sociedad de la información, pero muchxs viven de espaldas a sus convecinxs. Estoy seguro de que la manifestación del sábado contra el vertedero pudo haber sido mucho más mayoritaria. El individualismo de muchxs pasa factura al resto. Pero más allá de las típicas consignas de que “la gente no se mueve”, cabe preguntarse si, en el caso de que verdaderamente existiesen en nuestras comarcas más medios que atendiesen las demandas ciudadanas, las convocatorias de la Plataforma no serían más mayoritarias. Ante tal panorama, sólo cabe una pregunta a hacerse y es si realmente nos sentimos bien informados o no.
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lunes, 17 de mayo de 2010
La estela de un cantautor inmortal
Un torbellino artístico arrasó este fin de semana el Gran Teatre de Xàtiva. Los años no pasan para él y su música. Escuchándolo, cualquiera diría que su voz se ha mantenido infranqueable desde aquellos míticos recitales en medio de la agonía franquista. La llama combativa sigue ardiendo en su interior. A sus setenta años, Raimón no conoce de derrotas, lo suyo es una continúa pugna contra los elementos. Es la viva imagen de los antiguos héroes: esos que eran inmortales y salían siempre airosos. La cançó del cantautor de Xàtiva será siempre nova y, con ella, continuará teniendo siempre los mismos componentes asociados: la protesta como forma de composición, la lengua como manera de expresar la propia identidad.
Tampoco ha perdido el sentido del humor. Entre canción y canción, sus intervenciones estuvieron caracterizadas por sembrar las risas entre los asistentes, incluso en el momento en el que un error le llevó a tener que recomenzar una de las canciones interpretadas. Pero no pasó nada, Xàtiva se lo perdona todo –como gritó un espectador desde las alturas-. Y, sobre todo, lo que más congracia es comprobar como Raimon sigue siendo el mismo de sus comienzos, el poeta del pueblo, situado a la misma altura que sus congéneres, y no por encima. No hay rastros de engreimiento ni de soberbia en él, como en tantos otros artistas de su generación y posteriores. Es consciente de que si ha llegado hasta donde ha llegado, es gracias al público fiel, y a ellos se lo debe todo.
Fue elegante también eludiendo entrar en las estériles disputas políticas que precedieron su recital. Los partidos políticos ansían hacer mercadeo con todo aquello de lo que puedan extraer votos. Raimon no es una excepción. El inefable alcalde de Xàtiva se negó a hacerle un homenaje como toca: ni medalla de oro ni calle en su nombre. A toro pasado, eso poco importa. Da igual porque el mejor reconocimiento hacia el artista es el que se le ofreció dentro del teatro. Es el público el que debe homenajearle, y no una autoridad política. La cultura encuentra su base, su razón de ser, en el pueblo llano, no en ninguna elite. La elite es más bien inculta, prefiere lo deslavazado, la ignorancia de la ciudadanía. Qui ja ho sap tot que no vinga a escoltarme, reza una canción de Raimon. Nada más esclarecedor para entender al incombustible poeta.
Incombustible porque, a su edad, ha ofrecido tres recitales en dos días. Otro rasgo más que elogiar para ensalzar su figura, junto a esa honradez tan característica que le lleva a ponerse nervioso a la hora de hablar ante el auditorio, con esas 800 miradas penetrantes clavadas en su persona. «M’expresse millor cantant», se disculpaba, visiblemente emocionado por el hecho de volver a su tierra, 50 años después de Al vent y ocho años más tarde de la última actuación en Xàtiva.
Y cantó. Cantó y recitó durante más de hora y media, junto con un grupo de experimentados músicos que no fueron motivo de pero alguno. Un recital antológico, en una perfecta mezcolanza de piezas nuevas y reliquias que marcaron la vida de toda una generación. Raimon y su conjunto supieron mantener el ritmo de la actuación, que no decayó en ningún momento. Los minutos finales fueron un castillo de fuegos artificiales. La selección de piezas, absolutamente encomiable, deleitó a los espectadores y las espectadoras con las canciones más conocidas, esas que marcaron una época. Casi por obligación, como la obligación de todo experimentado artista al que le acompaña el repertorio de sus inicios. Pero Raimon disfrutó, gozó viendo a la gente gozar y se despidió. La tierra que lo vio nacer ya llora de nuevo su partida, pero, como siempre, espera que pueda volver lo más pronto posible, como reza otra de sus canciones.
jueves, 13 de mayo de 2010
Comunicado de la Plataforma No al Macroabocador de Llanera
Nos lo jugamos todo en LLanera. Si dejamos que nos impongan el macrovertedero pasaremos de ser una comarca con futuro a ser el futuro vertedero de todos los valencianos. Nuestro futuro no depende ni de colores ni de rencillas, porqué el vertedero será o no será para todos.
Desde la Plataforma queremos invitar a todos los integrantes de nuestra sociedad independientemente de quiénes sean y de donde vengan a participar en la manifestación que celebraremos el sábado día 15 a las 17:30 en Xàtiva. No podemos consentir que las 18.000 firmas que ha reunido la Plataforma ni que la buena voluntad de todas las personas que han aportado algo en la lucha contra el macrovertedero sean ignoradas por un Consorcio que obedece a intereses que cada vez parecen menos claros.
Necesitamos que ahora que se está diseñando la nueva política valenciana en materia de residuos nuestra voz sea escuchada, para acabar de una vez por todas con los macrovertederos y ofrecer alternativas seguras para todos y que no supongan la ruina de uno u otro territorio. Por eso es importante que el sábado no falte nadie, porque hace falta que a los ciudadanos nos den la palabra.
Desde la plataforma convocamos a TODOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS y a TODOS LOS AGENTES SOCIALES con sedes y afiliados en nuestros pueblos y a TODAS LAS ASOCIACIONES -AMBIENTALES, CULTURALES O DE CUALQUIER OTRO TIPO- presentes en nuestros pueblos, a que vengan a la manifestación con las pancartas y otros materiales que consideren oportunos para expresar la oposición que sienten ante el proyecto del Macrovertedero de Llanera.
PORQUÉ PARA PARAR EL VERTEDERO HACEMOS FALTA TODOS
Y TODOS SOIS BIEN VENIDOS
LA PLATAFORMA
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domingo, 9 de mayo de 2010
El nuevo descontento del turno democrático
El período de la Restauración (1875-1898) suele ser valorado por algunos como la más larga etapa de estabilidad institucional frente a los convulsos decenios anteriores, caracterizados por pronunciamientos militares y revoluciones varias. Lo cierto es que sus autores condimentaron al sistema con una serie de ingredientes que lo harían perfecto en la práctica. Durante años, los dos partidos mayoritarios, el Partido Conservador y el Partido Progresista se turnarían automáticamente en el poder en medio de prácticas caciquiles y manipulaciones del voto popular. Las elecciones eran el resultado de un acuerdo previo entre los partidos dinásticos sobre cuál de ellos debía gobernar en cada momento, en función de las circunstancias.
A cambio, los auténticos beneficiados eran los caciques de las ciudades y los pueblos, que compraban votos a cambio a cambio de favores por la “fidelidad”. En definitiva, el pucherazo estaba asegurado, de modo que no dudaban en falsificar el censo –incluyendo a personas muertas-. Toda una serie de prácticas fraudulentas que constituía lo que en realidad era un régimen político ficticio. Es cierto, como muchos explican, el éxito del sistema, pese a su falta de libertades, conducía a un orden jamás visto hasta entonces, que aceptaba parcialmente la pluralidad, mientras reprimía los movimientos revolucionarios democráticos, que terminaban siempre por generar un caos emanado de la «voluntad del pueblo». En definitiva, era el sistema idóneo para aquellos que querían lucrarse con la política, porque garantizaba paz social para los poderosos, sin la mala prensa de un modelo dictatorial.
Hoy, en la mayoría de los sistemas de apariencia democrática, parece resurgir el sistema liberal del turno pacífico. La conflictividad es mínima en las calles, los votantes se circunscriben perfectamente dentro de la lógica bipartidista y no hay duda de que gozamos de innumerables libertades cívicas. En este caso, la actual democracia española, fue el resultado de una nueva Restauración monárquica, un momento crítico que sirvió a los de siempre para la imposición de un régimen adecuado al contexto histórico en el que se encontraban. De nuevo, se frenaron a tiempo los impulsos excesivamente democráticos, la Ley de Amnistía acalló todo intento de poner en solfa a los asesinos franquistas y la transición se hizo primando el chaqueterismo político y los buenos modos. Como si nada hubiera pasado.
Pero todo orden impuesto desde fuera a la sociedad termina siendo una bestia depredadora que asfixia el alma de los individuos. El orden es vacío. Es desorden en potencia, porque a su alrededor se ciñe la más adusta ingobernabilidad. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor: la corrupción política nos asola (Gürtel, Pretoria, Malaya, Filesa: mismos perros con distintos collares). El bipartidismo asfixia la voluntad popular, circunscribiéndola a dos opciones políticas que más bien parecen órganos escindidos de una misma matriz. Los sindicatos son sus vasallos, y se pierden en marañas burocráticas que de poco sirven a los millones de parados. Junto al lujo y la ostentosidad de las grandes ciudades, se alzan cementerios marginales, guetos a veces invisibles para la opinión pública, donde caminan olas de drogadictos en busca de su próxima dosis.
Y lo que es peor: el Estado ahoga las necesidades vitales, al oprimir la búsqueda de satisfacciones y circunscribir la vida al trabajo asalariado. Toda persona es un artista en potencia, pero con el actual modelo económico, a tan sólo unos cuantos afortunados se les permite serlo. El resto, viven de las desbandadas del empleo al INEM, debatiéndose entre una existencia insustancial que más se asemeja a una muerte en vida. Las calles están llenas de gente que no encuentra su hueco en la sociedad, que vaga perdida en busca de algo que se le antoja lejano. Se nos ha enseñado muy bien a trabajar y callar, estamos perfectamente domesticados. Pero los poderosos deben saber que el desorden siempre vuelve. Tienen que saber que la raza humana, por muy domesticada, no es precisamente ignorante y que las masas de descontentos pueden lanzarse en cualquier momento a tomar el Parlamento, como ha ocurrido esta semana en Grecia. Así que estaos atentos, porque la rabia late en el fondo de este sistema, en el alma de todos/as los/as oprimidos/as.
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lunes, 3 de mayo de 2010
El negocio de las drogas
Protagonistas
Hoy por hoy, la droga es un negocio. Un oficio casi perfecto del que, además, viven centenares de miles de personas en todo el mundo. Se mueven millones en fluctuaciones más o menos encubiertas, y sus magnates eluden el control de la legalidad con el aliciente añadido de que conseguirán someros beneficios. Los comerciantes que se dedican a esto aprenden rápido y modifican sus comportamientos conforme las leyes tratan de perfeccionarse para atraparlos. Es inútil: ellos son más y son más rápidos. Las estructuras son tan fuertes que, si un narco es capturado, rápidamente es sustituido por otro, y así ad infinitum. Los grandes capos saben como asociarse con otros, fructificando en sólidos oligopolios con los que nada se puede hacer.
Pero detrás de ese limpio negocio hay un reguero de sangre. Los muertos entre bandas, los ajustes de cuentas y los zombis creados por la adicción son algunos de los daños colaterales de las drogas. Quizás resulta impercetible a simple vista, pero el mundo de la noche, ese mundillo paralelo al real, mueve mucho más dinero que el que configuran los sacrificados trabajadores asalariados. Por eso, cada vez son más –y sobre todo en tiempos de crisis económicas- los que escogen el camino fácil, y de la noche a la mañana se abocan a cualquier esquina a "pasar mierda". Una mierda que es consumida por los currantes del mundo real, por esos trabajadores que buscan un alivio, una vía de escape, una identidad que nunca hallarán por ese camino. Tristemente, nos guste o no, el mundo del ocio está marcado por el consumo de las drogas. Desde hombres de negocios hasta estudiantes, adinerados o mendigos. Muchos terminan sucumbiendo –sin distinciones- a ellas.
Y cuando hablamos de drogas eludimos el alcohol, el tabaco y la marihuana. Nos referimos a las drogas duras. La cocaína es sin duda la gran triunfadora en el mundo nocturno hoy en día. Quien más y quien menos conocemos a amigos o familiares que se debaten en una lucha infernal contra el demonio de la adicción. Un demonio contra el que es muy difícil vencer. Se comienza por una raya en una cena de empresa. Se termina en un centro de rehabilitación. De ese dolor, del que tan sólo los hombres de negocios que se lucran con las drogas salen beneficiados, saben muy bien aquellos que lo han perdido todo, los que se han quedado en la ruina por tener que alcanzar para una nueva dosis. El Sistema no hace nada por ellos: son fallos, daños colaterales. Ni siquiera puede reciclarlos a todos. Simplemente, los deja pudrirse en las calles. O los interna en una cárcel, donde terminan ahorcándose o mueren de sobredosis, enjaulados como perros.
Quizás ha llegado el momento de replantearse todo esto. Si la economía sumergida que gira en torno a las drogas es tan fuerte y si hay tantas víctimas a su paso, ¿por qué no se hace nada por remediarlo? La represión como arma de disuasión es obvio que no funciona. Ni funcionan los tibios anuncios institucionales en la televisión, ni los más tibios todavía programas educativos en las escuelas. No funcionan, porque en la práctica, no hay resultados. Si una cosa nos ha enseñado la gran The Wire –que no es ninguna campaña educativa, pero que resulta más pedagógica que cualquier de ellas- es que no se puede eludir más el debate sobre la legalización. Legalizar podría acabar con los camellos, con los sicarios de la droga y con la marginalidad que las envuelve. Legalizar supondría luchar contra las adulteraciones químicas y sangrientas que cada vez hacen más peligrosas a las sustancias consumidas.
Ahora bien, este es un campo en el que existe mucha demagogia. Pero también hay mucha presión para evitar la cuestión. Sencillamente, no es un debate que genere votos. Más bien, es perjudicial para ellos. Los partidos se encuentran cómodos haciendo campaña contra las drogas. Para el sistema político, las drogas son también un negocio. Se lucran prometiendo la reducción de su consumo. Pero, una vez en el poder, se dan cuenta de que es imposible luchar contra un monstruo con los tentáculos tan afilados.
Afortunadamente, el debate comienza a producirse. Y no es cosa de “cuatro colgados”, como pudieran pensar algunos. Incluso el conservador Vargas Llosa se ha pronunciado favorable al respecto. A los que siguen abogando por el encarcelamiento y la represión contra las drogas, tan sólo cabría recomendarles que se dieran un paseo por México, donde el contrabando asfixia la economía del país. O por Colombia, donde el narcotráfico controla casi la totalidad de la vida política. O, a lo mejor, tan sólo tendrían que salir a la calle y contemplar desde una perspectiva más serena la sociedad que les rodea, para comprobar que la realidad dista mucho de estar pintada de color de rosa.
Hoy por hoy, la droga es un negocio. Un oficio casi perfecto del que, además, viven centenares de miles de personas en todo el mundo. Se mueven millones en fluctuaciones más o menos encubiertas, y sus magnates eluden el control de la legalidad con el aliciente añadido de que conseguirán someros beneficios. Los comerciantes que se dedican a esto aprenden rápido y modifican sus comportamientos conforme las leyes tratan de perfeccionarse para atraparlos. Es inútil: ellos son más y son más rápidos. Las estructuras son tan fuertes que, si un narco es capturado, rápidamente es sustituido por otro, y así ad infinitum. Los grandes capos saben como asociarse con otros, fructificando en sólidos oligopolios con los que nada se puede hacer.
Pero detrás de ese limpio negocio hay un reguero de sangre. Los muertos entre bandas, los ajustes de cuentas y los zombis creados por la adicción son algunos de los daños colaterales de las drogas. Quizás resulta impercetible a simple vista, pero el mundo de la noche, ese mundillo paralelo al real, mueve mucho más dinero que el que configuran los sacrificados trabajadores asalariados. Por eso, cada vez son más –y sobre todo en tiempos de crisis económicas- los que escogen el camino fácil, y de la noche a la mañana se abocan a cualquier esquina a "pasar mierda". Una mierda que es consumida por los currantes del mundo real, por esos trabajadores que buscan un alivio, una vía de escape, una identidad que nunca hallarán por ese camino. Tristemente, nos guste o no, el mundo del ocio está marcado por el consumo de las drogas. Desde hombres de negocios hasta estudiantes, adinerados o mendigos. Muchos terminan sucumbiendo –sin distinciones- a ellas.
Y cuando hablamos de drogas eludimos el alcohol, el tabaco y la marihuana. Nos referimos a las drogas duras. La cocaína es sin duda la gran triunfadora en el mundo nocturno hoy en día. Quien más y quien menos conocemos a amigos o familiares que se debaten en una lucha infernal contra el demonio de la adicción. Un demonio contra el que es muy difícil vencer. Se comienza por una raya en una cena de empresa. Se termina en un centro de rehabilitación. De ese dolor, del que tan sólo los hombres de negocios que se lucran con las drogas salen beneficiados, saben muy bien aquellos que lo han perdido todo, los que se han quedado en la ruina por tener que alcanzar para una nueva dosis. El Sistema no hace nada por ellos: son fallos, daños colaterales. Ni siquiera puede reciclarlos a todos. Simplemente, los deja pudrirse en las calles. O los interna en una cárcel, donde terminan ahorcándose o mueren de sobredosis, enjaulados como perros.
Quizás ha llegado el momento de replantearse todo esto. Si la economía sumergida que gira en torno a las drogas es tan fuerte y si hay tantas víctimas a su paso, ¿por qué no se hace nada por remediarlo? La represión como arma de disuasión es obvio que no funciona. Ni funcionan los tibios anuncios institucionales en la televisión, ni los más tibios todavía programas educativos en las escuelas. No funcionan, porque en la práctica, no hay resultados. Si una cosa nos ha enseñado la gran The Wire –que no es ninguna campaña educativa, pero que resulta más pedagógica que cualquier de ellas- es que no se puede eludir más el debate sobre la legalización. Legalizar podría acabar con los camellos, con los sicarios de la droga y con la marginalidad que las envuelve. Legalizar supondría luchar contra las adulteraciones químicas y sangrientas que cada vez hacen más peligrosas a las sustancias consumidas.
Ahora bien, este es un campo en el que existe mucha demagogia. Pero también hay mucha presión para evitar la cuestión. Sencillamente, no es un debate que genere votos. Más bien, es perjudicial para ellos. Los partidos se encuentran cómodos haciendo campaña contra las drogas. Para el sistema político, las drogas son también un negocio. Se lucran prometiendo la reducción de su consumo. Pero, una vez en el poder, se dan cuenta de que es imposible luchar contra un monstruo con los tentáculos tan afilados.
Afortunadamente, el debate comienza a producirse. Y no es cosa de “cuatro colgados”, como pudieran pensar algunos. Incluso el conservador Vargas Llosa se ha pronunciado favorable al respecto. A los que siguen abogando por el encarcelamiento y la represión contra las drogas, tan sólo cabría recomendarles que se dieran un paseo por México, donde el contrabando asfixia la economía del país. O por Colombia, donde el narcotráfico controla casi la totalidad de la vida política. O, a lo mejor, tan sólo tendrían que salir a la calle y contemplar desde una perspectiva más serena la sociedad que les rodea, para comprobar que la realidad dista mucho de estar pintada de color de rosa.
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