domingo, 29 de noviembre de 2009

Benvinguts al paradís

Els diumenges son dies tristos per als que vivim en un poble i alhora estudiem en la universitat. Abandonar eixe petit paisatge on t'has criat és sempre un esdeveniment gris, tot i que siga tan sols per una setmana de duració. No és patriotisme el que sentim, sinò una sensació de deixar darrere una porció de la vida -la feliç infantesa- que ens va abandonar irremediablement ja fa un temps. És una nostàlgia dels carrers buits, de la pau constant, de la tranquilitat que ho inunda tot com l'aigüa al mes de maig. Són les muntanyes, tan properes, la natura verge que et fa respirar la llibertat amagada en l'aire pur. És el sentiment de conéixer tot el territori palm a palm, fins i tot cadascú dels veïns i les veïnes.

Tota eixa gama d'emocions l'hem deixada darrere, tot i que no vullgam reconéixer-ho. I ara ens penedim de no haver gaudit quan tocava, quan encara podíem. Perque la paradoxa és que, mentre no eixíem d'aquest acollidor paratge, no ens donàvem compte de les seues meravelles, que fins i tot avorríem, i volíem deixar darrere, avorrits d'un panorama tancat que ens oprimia. Pero amb una setmana en la ciutat, tot això canvia. Diuen que no ens donem compte del que tinguem fins que ho perdem, i amb el canvi del poble a la ciutat això pareix una profecia autocumplida.

Quan arriben els dilluns, no ens volem despertar. Ens trobem ja a València i, quan eixim al carrer, ens sentim com Derzu Uzala, perduts en un panorama que ens queda massa gran. Els arbres han canviat per la parsimoniosa acritut dels enormes edificis, que s'alcen com a malformacions aberrants per a la vista. L'aire es torna embarrat pel diòxid dels cotxes i no som capaços de parlar amb les persones ni en els ascensors. Jo ni conec a qui viu en la porta del meu costat, en el pis de lloguer on visc. Com pot ser això? L'individualisme ens aterra, perquè hem estat acostumat, des de xiquets, a jugar al carrer, a estar envoltats de gent per tots els costats. I ara ens encarem a una soledat imposada per la distància i la pressa de la vida urbana.

Ens podrem acostumar a eixe canvi, amb el pas dels anys, però mai oblidarem els paratges on vam créixer. Sempre -en el fons del nostre esperit- desitjarem que arribe el dia que ens toque tornar al nostre poble, eixe xicotet món de fantasia on tot pot convertir-se en realitat. Un món que sempre serà nostre, no com la ciutat, que se'ns rebel.la al.liena. I quan vislumbrem a l'hortizó les muntanyes, sabrem que hem arribat, per fi, al nostre particular paradís.

martes, 24 de noviembre de 2009

La deuda del mundo con América Latina (I): Colombia



De todos los países maltratados del continente americano, seguramente Colombia es el que sale mejor parado en la prensa occidental. Si bien todas las informaciones de los grandes medios de comunicación suelen estar enfocadas claramente contra las políticas de los países socialistas, Colombia se enmarca en una postal áurea donde sin duda alguna la interpretación no se ajusta para nada en la realidad sociopolítica de un país que ocupa el quinto puesto del continente en el número de personas hambrientas, según la ONU. En España, por ejemplo, ese apoyo injustificado (que no tienen Venezuela o Bolivia, por ejemplo) se debe a dos motivos fundamentalmente. En primer lugar, los intereses empresariales de los principales grupos mediáticos. PRISA, por ejemplo, es el propietario de El Tiempo, el periódico más importante de Colombia, así como de la emisora más escuchada, Radio Caracol.

En segundo lugar, el hecho de que el país gobernado por Álvaro Uribe cuente con el apoyo institucional de Estados Unidos también es un motivo de fuerza. Un nombre, el de Uribe, que parece ser la pieza clave para la consolidación de Colombia como el bastión de la política norteamericana. Así es como se comprende la decisión de instalar ocho bases militares de la gran potencia mundial en territorio colombiano. Una clara apuesta de Obama (nobel de la paz) para vigilar de cerca las políticas antiimperialistas del venezolano Hugo Chávez y sus aliados. Los medios dominantes, por supuesto, a penas han hablado del impacto de esa militarización en un país ajeno, y se han centrado en maximizar las declaraciones de Chávez sobre la amenaza de una guerra con Colombia, totalmente sacadas de contexto para presentar al presidente como un incontinente verbal belicista, en su tónica. Pero si preguntamos a cualquier ciudadano español sobre el por qué de esas declaraciones, seguramente se encoja de hombros.

Pero ¿qué es lo que ocultan los medios sobre Colombia? En primer lugar, su economía. Es común que diarios como El País o El Mundo publiquen artículos aludiendo a una supuesta bonanza económica del país, frente a un silenciamiento de los logros económicos de los países con regímenes bolivarianos. Nada más lejos de la realidad. Los datos de la OMC aseguran que en Colombia existe una pobreza del 51,5%, un paro del 11,6% y un salario mínimo de 170 euros (en Venezuela es de 286 dólares). Además, 4 de cada 100 empleados cobra menos de esa cantidad. El 27% de los colombianos viven con menos de un dólar al día y 10,8 millones están en la indigencia (según el último informe de la Comisión de Estudios Económicos para América Latina, un 2,7% en este año más respecto a 2008). Un país con tierras de calidad y cantidad como para nutrir a toda América Latina que, sin embargo, es víctima de una política caciquista basada en un modelo fuertemente bipartidista (se alternan constantemente liberales y conservadores en el poder) y que no da opción a los partidos de izquierda o a los socialdemócratas.

Precisamente cuando Unión Patriótica –el primer partido de izquierdas que trató de presentarse a las elecciones- se formó, se produjo una represión política que condujo a su desaparición forzada. A raíz de esa imposibilidad de actuar en las urnas, nacieron dos grupos armados, en los años 60, con el objetivo de imponer por la violencia lo que pacíficamente es imposible. Precisamente, las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) se han convertido ahora en las cabezas de turco de todos los males de Colombia. Todos los problemas tienen su raíz, según los medios, en dichas bandas organizadas, que nacieron con la intención de proteger a los campesinos de las políticas de exterminación impuestas por el gobierno. Se les imputa todo tipo de atentados, aunque ellos mismos los nieguen.

Precisamente para reprimir a la insurgencia surgen a finales de los 70 los primeros grupos paramilitares, promovidos por Uribe, cuando era todavía alcalde de Medellín. Organizados principalmente por terratenientes y grupos emergentes de narcotraficantes, para que prestaran seguridad a los cultivos de coca e intimidaran y atentaran contra sindicalistas y líderes populares. Numerosos dirigentes políticos fueron asesinados. Entre 1986 y 2008 hubieron un total de 2.669 asesinatos.

Actualmente, se vinculan 68 congresistas con el paramilitarismo, lo que pone en duda la legitimidad del congreso. Desde que Uribe llegó al poder, en 2002, su promesa de mayor seguridad mediante el fortalecimiento del ejército y las armas está consolidándose como la mejor forma de propaganda para lograr el apoyo estadounidense. Ese supuesto aumento de la seguridad, según los medios, se traduce en cuatro millones de desplazados despojados de sus tierras y en más de 10.000 desaparecidos. Sin embargo, los medios españoles silencian constantemente estas cifras, en contrapartida con lo que sucede con los datos de los exiliados cubanos, que no dudan en magnificar y resaltar continuamente.

Por lo tanto, el de Uribe es un gobierno construido sobre la base de una represión sanguínea contra el movimiento obrero y los líderes sindicales, una explotación desigual de los recursos de los agricultores y una pobreza sólida contra la que las medidas efectivas brillan por su ausencia. Colombia es, además de la gran aliada de Obama en Latinoamérica (por su condición de país conservador y receptivo a sus políticas), una dictadura camuflada donde el terror del paramilitarismo es el pan diario con el que se topan sus ciudadanos y ciudadanas, forzados aun sistema político que a penas les representa y donde los narcotraficantes campan a sus anchas con la inhibición intencionada de las instituciones.

martes, 17 de noviembre de 2009

Ante las vagas promesas: soluciones urgentes

Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis. Otro niño más ha muerto en el mundo por desnutrición. Cuando escribo esto la medianoche amenaza con volver. El término del día arroja una cifra todavía más agobiante: a lo largo de estas 24 horas habrán muerto un total de 72.000 personas en el mundo por esa misma razón: la falta de alimentos. Carencia que no es tal, o que, al menos no debería serlo. Basta con una visita a cualquier supermercado para darnos cuenta. Un vistazo por el recorrido de los alimentos, desde que se recogen hasta que se desechan. O, simplemente, un paseo por el territorio forestal: decenas de frutos se quedan en los árboles porque “no resulta rentables recogerlos”. De entre los que tienen el privilegio de ser recolectados, un gran porcentaje es retirado por no encontrar su sitio en el mercado.

Mercado, rentabilidad, desecho. Tres términos muy unidos, entrelazados en la cadena de desesperación que supone el sistema capitalista para un tercio del planeta. Ese tercio corresponde a un grupo de personas que son tratadas por el resto como desechos de los que se puede prescindir fácilmente. Son la escoria, los parias, aquellos que no encontrarán nunca cabida en el planeta, porque alguien ha decidido que así sea. Ellos tienen que existir para que el primer mundo exista. Para que los banqueros reciban sus ayudas ante la crisis, como bien ha resaltado Lula, son necesarias esas 72.000 muertes diarias. Lo más prescindible son, sin embargo, cumbres como la de la FAO, que comenzó ayer en Roma con promesas vagas y notables ausencias. Ni Zapatero ni Obama estaban en la mesa. Éste último se encontraba más ocupado negociando con China sus intereses económicos de crecimiento continuado.

El crecimiento. Esa lacra necesaria en la economía de mercado, causante de los “daños colaterales”, medioambientales y humanos. Algunos de esos hambrientos famélicos deciden huir de su país y tratar de retornar al primer mundo. Si les dejan pasar, se agrupan en guetos, donde siguen siendo lo mismo: parias olvidados, residuos humanos de la modernidad que más valiera que no hubieran nacido. Si no logran franquear las enormes alambradas de nuestro bienestar, son retornados o encuentran por fin su merecido final: la muerte en el mar o en las costas. Y con esa vergüenza pueden vivir los grandes líderes del mundo, esos políticos cargados de promesas y vacíos de sentido. Una vez más, pueden los intereses. Y el interés primordial de las grandes potencias no pasa por aumentar su ayuda al desarrollo (anclada en ese vergonzoso 0,7) o destinar algo de dinero para esas 1.020 millones de euros que, según la FAO, pasan hambre en el mundo. El interés no es decrecer, que sería la única alternativa factible para hacer retroceder la pobreza y el deterioro del medioambiente.

Mientras Occidente se desentiende del hambre en el mundo y apuesta por las ayudas a las entidades financieras y a las grandes empresas –que fomentan el deterioro de los países pobres con la descentralización de su producción-, nuevos residuos humanos se abocan sin remedio al cubo de los desperdicios. Los 20.000 millones de euros que prometió el G-8 no están ni mucho menos garantizados, Italia ha reducido su ayuda en un 50% y la indigencia aumenta día tras días, incluso en los países ricos. No es posible transmitir esperanzas mientras el sistema capitalista siga vigente. Hay que ser realistas, pedir lo imposible. Y no podemos pedir lo imposible mientras sean los gobiernos del primer mundo los que decidan sobre todo el planeta. No puede ser Obama el que influya en la política de los países pobres. Tenemos que ser nosotros, los ciudadanos, los que ayudemos a derrocar el sistema de desigualdades e injusticias, perpetuado durante siglos.