lunes, 14 de junio de 2010

Decisiones

El miedo a la muerte es algo con lo que todo ser humano nace. Nadie escapa a la incertidumbre que genera la llegada de la parca. Una desidia con la que debemos cargar toda nuestra vida, de manera irremediablemente. De ahí que ese miedo a la muerte generalmente se asocie con un miedo agudo a la vida. Porque si algo tienen en común esas dos palabras que parecen victimas de un dualismo irreconciliable es el gran parecido que con llevan. Vida. Muerte. ¿Qué serían la una sin la otra? La segunda es lo que nos separa de la primera. Y la vida es la que encierra la clave para entender lo que significa la propia palabra “muerte”.

Muchas personas viven una muerte en vida cotidiana, como consecuencia de toda la esquizofrenia aparejada al acarreo de la conciencia de que todos pereceremos algún día. En última instancia, pensar continuamente en que vamos a morir conlleva una parálisis nerviosa tal que nos impide ejercer la libertad plena en nuestras acciones. Condicionados por las expectativas de poder desplegar todos los ambiciosos planes que tenemos antes del fin de nuestros días, pasamos las horas agónicas incapaces de tomar las decisiones pertinaces en cada momento. Y es que el miedo a la muerte está íntimamente relacionado con el miedo al cambio. Las consecuencias son claras: inseguridad, miedo a perder lo existente, a generar unas nuevas condiciones que tememos.

El franquismo hizo a la sociedad extremadamente conservadora. Los españoles y las españolas temían el cambio porque el régimen dictatorial les había garantizado una extremada seguridad exenta de conflictos. La represión política había terminado con todo tipo de confrontación ideológica y se configuró la idea de que la dictadura entrañaba el progreso económico. A cambio de seguridad, muchos y muchas están dispuestos a entregarlo todo. Incluso sus vidas. Hoy más que nunca, tememos la inestabilidad, el desconcierto, miedo a no tenerlo todo atado y bien atado. La inseguridad es una cosa moderna, como diría Bauman. Pese a que los índices de delitos son más bajos que nunca, percibimos a ésta como la sociedad más insegura de cuantas ha existido.

Es en cuanto superamos el miedo a la muerte cuando realmente comenzamos a vivir en libertad. Porque nos damos cuenta de nuestro potencial real. Nos olvidamos del futuro y vivimos el presente. Dejamos al azar ciertos elementos, al ser conscientes de que no podemos tenerlo todo bajo control. Tomamos decisiones realmente movidos por lo que nos conviene, y no por el pánico que genera un cambio en la estabilidad de las apacibles vidas que nos gobiernan. Lo nuestro no es sólo miedo a equivocarnos, sino a perder el control, a encaminarnos a la autodestrucción. Una destrucción en la que nos sumimos, en cambio, cuando nos resignamos a tomar decisiones y dejamos pasar todo porque una estabilidad en el presente. Con ello, lo único que conseguimos es agravar el problema y crear insatisfacción a largo plazo. En ese momento, no somos libres. Es nuestro miedo quien gobierna nuestros actos, postergando indefinidamente la libertad en aras de mantener el orden y la paz presente en nuestro día a día.

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