lunes, 29 de marzo de 2010
Crecimiento agrícola y decrecimiento ecológico
Las cifras hablan por sí solas. Nadie pone en duda que la agricultura ha dejado de ser ese sector económico fuerte antes caracterizado por aportar riqueza a las comarcas de interior. En La Canal de Navarrés, son decenas los parados vinculados a esta actividad milenaria, y serán más. Mientras tanto, las asociaciones agrícolas ponen el grito en el cielo constantemente, se quejan ante el Gobierno central, el autonómico y el supranacional. Las ayudas al sector prácticamente han desaparecido, igual que las buenas intenciones de antaño. Por ello, cualquier helada, por nimia que sea, causa terror entre los agricultores, que ven peligrar sus cosechas sin que nada pueda reemplazarlas.
Las PAC (Políticas Agrarias Comunitarias) son cada vez más desastrosas y prevén un debilitamiento mayor de las cosechas. En España, país tradicionalmente agrícola, cientos de parcelas se están dejando perder, consumidas ante la velocidad del imperio del capital. Una vez la actividad no da dinero, queda marginada por la productividad del sector industrial. Donde antes hubieron huertos cultivables, cada vez son más las urbanizaciones fantasma que se alzan, como la paradoja del progreso en este país: la sustitución del viejo modelo económico, donde la actividad agrícola desempeñaba un papel fundamental, por uno nuevo, de crecimiento desmesurado a costa del sector de la construcción.
Pero lo cierto es que ese modelo nos ha llevado a la ruina. Y la agricultura sigue de capa caída. Más de cuatro millones de desempleados y miles de terrenos sin cultivar porque no saldría rentable para los agricultores. ¿Qué está pasando? Ahora preferimos ir al Mercadona y hacernos con esas patatas transgénicas que tienen tan buen aspecto, o comprar esas frutas desconocidas fuera de temporada, provinentes de los rincones más inimaginables del mundo. A Mercadona le sale más barato comercializar esos productos, porque podemos imaginarnos la miseria con la que remuneran a aquellos que los cultivan. Les sale rentable. De nuevo, la productividad se alza como la mayor enemiga de la justicia y la solidaridad. Porque, ¿realmente es solidario, como nos quieren hacer creer los amantes de la globalización, comprar esos productos a esos países, cuando no hay marca alguna en ellos de lo que se llama comercio justo?
Ahora, nos enfrentamos a uno de los mayores retos de la humanidad. El planeta se encamina hacia su autodestrucción premeditada, consecuencia de miles de años de acción depredadora del hombre sobre su faz terrestre. La crisis económica sacude a miles de familias, que ven peligrar su subsistencia mínima. Y los desempleados se cuentan por millones. ¿No será hora de poner en marcha mecanismos decrecentistas, que nos conduzcan a un bienestar más sostenible? Quizás haya llegado el momento de retornar mínimamente a nuestras raíces. Volver a asociar los productos que consumimos con sus productores es importante, puesto que así disponemos de mayor conciencia a la hora de comprarlos. Muchos expertos hablan del consumo en origen, una especie de autogestión que llevaría a cada territorio a consumir los productos que cultivan sus agricultores.
Está claro que muchas cosas tienen que cambiar para conseguir esa sostenibilidad tan ansiada. Pero una cosa es segura, si nos (re)organizamos bien, a nadie le faltaría trabajo. Algunas experiencias colectivistas están demostrando que la unión hace la fuerza: cooperativas autogestionadas por agricultores que colectivizan todas las tierras de un determinado municipio y ven como no les sobran brazos para recolectar ni cosechas que cultivar. Iniciativas como esta, unida a un mayor compromiso por parte de las instituciones, son soluciones reales a los problemas locales con los que nos enfrentamos en la actualidad.
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lunes, 15 de marzo de 2010
Los presos políticos en España
El pasado martes 9 de marzo fue puesto en libertad el conocido preso anarquista Amadeu Casellas Ramón, condenado en 1985 a una pena indefinida como consecuencia de la reincidencia en atracos a diversas entidades bancarias. Con el dinero que obtenía de los robos, fueron financiadas durante años múltiples luchas obreras y sociales. Fue apodado por los medios de comunicación como «El Robin Hood español», porque repartió el dinero expropiado entre organizaciones y personas en apuros económicos. Pero ni eso le ha salvado de ostentar el dudoso honor de ser el preso que más tiempo ha permanecido en la cárcel sin que se le achaque ningún delito de sangre.
Veinticuatro son los años que Casellas ha cumplido. Ahora, el director de la prisión en la que se hallaba interno, admite que han sido ocho más de los que debiera. «Un pequeño error administrativo», asegura. Lo cierto es que le fue aplicada la doctrina Parot, propia de presos conflictivos que pueden llegar a cumplir más de lo que la ley dicta. Más que conflictivo, Casellas era un preso desobediente. Militaba en la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha). Protagonizó airadas protestas para mejorar los derechos de los presos, que se hayan todavía en una situación muy precaria en varias prisiones del Estado Español (sólo hay que ver las altas tasas de suicidios, la permisividad de las drogas o las condiciones infrahumanas de algunas de instalaciones). Claro está que al Estado no le interesan los presos que se niegan a acatar servilmente las órdenes de los funcionarios. Aquellos que no mantienen la boca cerrada no tienen vida. No sólo carecen de libertad, sino también de dignidad.
En 2008, Casellas ya había superado el máximo de años legales de estancia en la prisión. Ante la negativa de las instituciones penitenciarias de que le fuera aplicado el tercer grado penitenciario, inicio una durísima huelga de hambre de ochenta días de duración. Gracias a la actuación de la CNT –sindicato al que Casellas pertenece-, finalmente le fue concedido el tercer grado. Pero a mediados de 2009, Instituciones había demorado la negociación del permiso, e inició una nueva. Esta vez, de sesenta días. La relevancia del caso Amadeu en los medios de comunicación ha sido nula, a diferencia de lo que sucede en otros lugares. Tan sólo se mostró la violencia callejera, ejercida a modo de presión por diversos colectivos anarquistas.
¿De verdad habría sido noticia de portada si Casellas hubiera muerto como Orlando Zapata? ¿Acaso no lo habrían tachado de radical y criminal? La diferencia, dirán los analistas más profesionales de los medios, está en que en Cuba no hay democracia, y en España, en cambio, sí. Definitivamente, cuando los medios convencionales opinan, no defienden los valores que subyacen en el sistema democrático, donde el poder reside en el pueblo, sino que únicamente enarbolan la bandera de la etiqueta de lo democrático. No importa, mientras se vote cada cuatro años, que España sea uno de los países donde más irregularidades carcelarias existan y uno de los primeros (democráticos) en casos de torturas a manos de funcionarios y Fuerzas de Seguridad. ¡Viva la democracia!
Veinticuatro son los años que Casellas ha cumplido. Ahora, el director de la prisión en la que se hallaba interno, admite que han sido ocho más de los que debiera. «Un pequeño error administrativo», asegura. Lo cierto es que le fue aplicada la doctrina Parot, propia de presos conflictivos que pueden llegar a cumplir más de lo que la ley dicta. Más que conflictivo, Casellas era un preso desobediente. Militaba en la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha). Protagonizó airadas protestas para mejorar los derechos de los presos, que se hayan todavía en una situación muy precaria en varias prisiones del Estado Español (sólo hay que ver las altas tasas de suicidios, la permisividad de las drogas o las condiciones infrahumanas de algunas de instalaciones). Claro está que al Estado no le interesan los presos que se niegan a acatar servilmente las órdenes de los funcionarios. Aquellos que no mantienen la boca cerrada no tienen vida. No sólo carecen de libertad, sino también de dignidad.
En 2008, Casellas ya había superado el máximo de años legales de estancia en la prisión. Ante la negativa de las instituciones penitenciarias de que le fuera aplicado el tercer grado penitenciario, inicio una durísima huelga de hambre de ochenta días de duración. Gracias a la actuación de la CNT –sindicato al que Casellas pertenece-, finalmente le fue concedido el tercer grado. Pero a mediados de 2009, Instituciones había demorado la negociación del permiso, e inició una nueva. Esta vez, de sesenta días. La relevancia del caso Amadeu en los medios de comunicación ha sido nula, a diferencia de lo que sucede en otros lugares. Tan sólo se mostró la violencia callejera, ejercida a modo de presión por diversos colectivos anarquistas.
¿De verdad habría sido noticia de portada si Casellas hubiera muerto como Orlando Zapata? ¿Acaso no lo habrían tachado de radical y criminal? La diferencia, dirán los analistas más profesionales de los medios, está en que en Cuba no hay democracia, y en España, en cambio, sí. Definitivamente, cuando los medios convencionales opinan, no defienden los valores que subyacen en el sistema democrático, donde el poder reside en el pueblo, sino que únicamente enarbolan la bandera de la etiqueta de lo democrático. No importa, mientras se vote cada cuatro años, que España sea uno de los países donde más irregularidades carcelarias existan y uno de los primeros (democráticos) en casos de torturas a manos de funcionarios y Fuerzas de Seguridad. ¡Viva la democracia!
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lunes, 8 de marzo de 2010
Un cura contra el mundo
Hoy he tenido el placer de compartir asiento en el tren con un párroco. Pero no era un sacerdote cualquiera, sino un activista en toda regla. Cincuenta años, ávido orador, carismático y con una experiencia avasalladora en su terreno. Lo que más me ha llamado la atención de nuestra conversación ha sido las similitudes halladas entre ambos. Es un devorador compulsivo de libros, como yo. Me recomienda algunos. Por supuesto, todos basados en el mismo propósito: cómo lograr alcanzar la fe, cómo sobrevivir a un mundo desenfrenado, cómo encontrar a Dios y no morir en el intento. Cuando le digo que estudio periodismo, él sonríe. Creo que me va a soltar un sermón sobre las maldades de la prensa escrita en la moral de hoy. Nada más lejos de la realidad. Yo también soy periodista en cierta medida, me dice. Y me sorprende: tiene más experiencia en el terreno que yo. Escribe una columna semanal en un diario local e incluso tuvo su propio programa de radio.
La diferencia está en las formas. Es evidente que no leemos los mismos libros, ni tenemos la misma relación con los medios de comunicación. Ambos nos hemos formado una visión diferente del mundo a través de la experiencia y tratamos de exponerla al público (yo, a través de este humilde blog). Otra diferencia en las formas está en que este párroco activista no descansa. La ideología que profesa ha calado tan hondo en su persona que es incapaz de escapar de ella. Pronto se encauza en una cruzada por pregonarme la palabra de Dios. Advierto que está tratando de adoctrinarme. Yo le digo que no estamos en la Iglesia, que no pienso como él, que aunque la fe me persiga, yo soy más rápido. Habla con la sabiduría propia de su profesión, pero también dominado por esa actitud condescendiente que guardan algunos católicos fervientes ante su ideología. Ellos han alcanzado la fe: tienes que probarlo, te dicen. Es algo fabuloso.
Para nuestro párroco, la fe es la salvación eterna. Sólo ha habido dos personas buenas en la historia, me dice: Jesús y María. Todos los demás, pecadores. El pecado original del ser humano. Todos somos pecadores, Eva mordió la manzana prohibida y, desde entonces, el ser humano es perverso por naturaleza. En esa perversión se legitima la existencia de un Dios. Una divinidad que es buena, que es lo que nosotros, mortales, nunca seremos: es la viva expresión del orden, la serenidad y la perfecitud. Todo lo que hagamos por satisfacer su voluntad será poco. Si queremos reservar plaza en el paraíso eterno, debemos purgar los pecados que nos atenazan, porque Dios es rey y nosotros sus siervos. Y, para ello, no queda otra que someterse a esa voluntad absoluta que es la divinidad, que lo es todo, a costa de que nosotros, humanos mortales, no seamos nada.
Y yo le digo: ¿que no somos nada? Lo somos todo. Nosotros, humanos, somos libres y solidarios por naturaleza (en tanto que animales sociales). Somos el pasado, el presente y el futuro de la vida en la Tierra. Somos fruto de la materia, de la naturaleza. Nuestra libertad personal es el bien más preciado. ¿Acaso cree usted, señor párroco, que vamos a seguir tragándonos aquello de la esclavitud del ser humano? Yo no soy siervo de nadie, más que de mi entorno. Rompimos las cadenas hace mucho, aunque usted no haya querido darse cuenta. No hay verdad absoluta, le digo: usted piensa como piensa y yo, de otra forma. Y esa es la riqueza, la diversidad humana, lo que implica la total exclusión de una voluntad absoluta y dictatorial sobre nosotros.
En el rostro de este párroco lo que yo veo es cómo la Iglesia católica agoniza a día de hoy. Incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y a la ganancia de libertades, navega a la deriva. Este párroco seguramente nota cómo la afluencia a sus misas ha descendido portentosamente en los últimos tiempos. Ahora, se dedica incluso a dar sermones en los trenes: signo perentorio de su desesperación, como la de tantos otros. Sin duda alguna, el catolicismo sigue poseyendo rasgos atractivos que se pueden aprovechar. La austeridad, la solidaridad, la bondad, la lucha contra el mal. Todos son aspectos morales que Jesús promulgó.
Lo que no compartimos los que rechazamos el idealismo eclesiástico es que todo ello sea incompatible con la libertad personal. Sin duda, Jesucristo estaba de acuerdo con nosotros en eso. Sin libertad, no hay vida posible. Y la libertad no es compatible con la imposición y el adoctrinamiento, actos con los que la Iglesia sigue conviviendo. Negándose a dar la comunión a los que son partidarios del aborto, tachando la homosexualidad de enfermedad, creyendo en la voluntad absoluta. Todo eso (junto a otros pecados, como el beneplácito al nazismo) ha llevado a la Iglesia católica a una situación de marginación que amenaza con relegarla a la mera calificación de secta. En las manos de sus altas esferas está la decisión de recapacitar a tiempo o seguir remando en contra de la grandeza del ser humano, como hasta ahora.
La diferencia está en las formas. Es evidente que no leemos los mismos libros, ni tenemos la misma relación con los medios de comunicación. Ambos nos hemos formado una visión diferente del mundo a través de la experiencia y tratamos de exponerla al público (yo, a través de este humilde blog). Otra diferencia en las formas está en que este párroco activista no descansa. La ideología que profesa ha calado tan hondo en su persona que es incapaz de escapar de ella. Pronto se encauza en una cruzada por pregonarme la palabra de Dios. Advierto que está tratando de adoctrinarme. Yo le digo que no estamos en la Iglesia, que no pienso como él, que aunque la fe me persiga, yo soy más rápido. Habla con la sabiduría propia de su profesión, pero también dominado por esa actitud condescendiente que guardan algunos católicos fervientes ante su ideología. Ellos han alcanzado la fe: tienes que probarlo, te dicen. Es algo fabuloso.
Para nuestro párroco, la fe es la salvación eterna. Sólo ha habido dos personas buenas en la historia, me dice: Jesús y María. Todos los demás, pecadores. El pecado original del ser humano. Todos somos pecadores, Eva mordió la manzana prohibida y, desde entonces, el ser humano es perverso por naturaleza. En esa perversión se legitima la existencia de un Dios. Una divinidad que es buena, que es lo que nosotros, mortales, nunca seremos: es la viva expresión del orden, la serenidad y la perfecitud. Todo lo que hagamos por satisfacer su voluntad será poco. Si queremos reservar plaza en el paraíso eterno, debemos purgar los pecados que nos atenazan, porque Dios es rey y nosotros sus siervos. Y, para ello, no queda otra que someterse a esa voluntad absoluta que es la divinidad, que lo es todo, a costa de que nosotros, humanos mortales, no seamos nada.
Y yo le digo: ¿que no somos nada? Lo somos todo. Nosotros, humanos, somos libres y solidarios por naturaleza (en tanto que animales sociales). Somos el pasado, el presente y el futuro de la vida en la Tierra. Somos fruto de la materia, de la naturaleza. Nuestra libertad personal es el bien más preciado. ¿Acaso cree usted, señor párroco, que vamos a seguir tragándonos aquello de la esclavitud del ser humano? Yo no soy siervo de nadie, más que de mi entorno. Rompimos las cadenas hace mucho, aunque usted no haya querido darse cuenta. No hay verdad absoluta, le digo: usted piensa como piensa y yo, de otra forma. Y esa es la riqueza, la diversidad humana, lo que implica la total exclusión de una voluntad absoluta y dictatorial sobre nosotros.
En el rostro de este párroco lo que yo veo es cómo la Iglesia católica agoniza a día de hoy. Incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y a la ganancia de libertades, navega a la deriva. Este párroco seguramente nota cómo la afluencia a sus misas ha descendido portentosamente en los últimos tiempos. Ahora, se dedica incluso a dar sermones en los trenes: signo perentorio de su desesperación, como la de tantos otros. Sin duda alguna, el catolicismo sigue poseyendo rasgos atractivos que se pueden aprovechar. La austeridad, la solidaridad, la bondad, la lucha contra el mal. Todos son aspectos morales que Jesús promulgó.
Lo que no compartimos los que rechazamos el idealismo eclesiástico es que todo ello sea incompatible con la libertad personal. Sin duda, Jesucristo estaba de acuerdo con nosotros en eso. Sin libertad, no hay vida posible. Y la libertad no es compatible con la imposición y el adoctrinamiento, actos con los que la Iglesia sigue conviviendo. Negándose a dar la comunión a los que son partidarios del aborto, tachando la homosexualidad de enfermedad, creyendo en la voluntad absoluta. Todo eso (junto a otros pecados, como el beneplácito al nazismo) ha llevado a la Iglesia católica a una situación de marginación que amenaza con relegarla a la mera calificación de secta. En las manos de sus altas esferas está la decisión de recapacitar a tiempo o seguir remando en contra de la grandeza del ser humano, como hasta ahora.
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