Quizás sea una de las palabras más utilizadas para justificar las más atroces barbaridades. Al mismo tiempo, es un brillante recurso elucubrado por demagogos, falsos demócratas y discutidores sin argumentos. Hablamos del término paz. Un concepto sobre el que se han tenido discusiones acaloradas e intensos debates desde el principio de los tiempos. Y es que ¿quién puede oponerse a que haya paz? Absolutamente nadie. De lo contrario, estaríamos hablando ante un fascista, un nazi, un violento por naturaleza que no ama a la condición humana. Según el discurso oficial, por lo tanto, es mejor una paz agónica y precaria que la incertidumbre de enfrentarse a un nuevo modelo.
La paz es utilizada descaradamente por los gobiernos y los medios de comunicación como un instrumento de legitimación social. Un modelo ideal de vida que marca lo que es bueno y deseable para el conjunto de la humanidad. Donde haya paz, todo vale. Cantaba Raimón de vegades la pau és un desert. Cuánta razón tenía. En 1984, la novela de George Orwell, el Gran Hermano aseguraba una guerra permanente contra estados inexistentes y ponía en la paz el ideal supremo al que había que llegar y para el cual todo el mundo debía colaborar. Desde esta perspectiva, nadie medianamente cuerdo podría oponerse a la paz, aunque tuviera que sacrificar cualquier cosa a cambio.
Hoy, lo que sacrificamos por la paz es nuestra libertad, nuestra privacidad y, muchas veces, nuestros derechos fundamentales. Las cámaras de seguridad se han extendido por doquier y prácticamente no podemos hacer nada sin ser controlados por ellas. Pero, cuidado, es por nuestra seguridad. Y entre seguridad y guerra, siempre gana la primera. La paz era una paloma, dice otra canción, esta vez del grupo vasco Soziedad Alcohólica. Una banda perseguida judicialmente por expresar en sus letras ciertas dosis de violencia y por cagarse –con perdón- en quien “no debieran”. Así, vemos como también sacrificamos nuestra libertad de expresión por la paz. ¿Qué somos, al fin y al cabo, si vivimos en una sociedad donde ni somos libres ni tenemos privacidad?
El pacifismo actual es una patraña. Aquellas y aquellos que enarbolan su bandera no se dan cuenta de que luchan por un ideal imposible, porque ya se lo ha adueñado el Estado del Bienestar, la sociedad del consumo. El capitalismo, en definitiva, ha sabido defender ciertas guerras con el ideal supremo del pacifismo incrustado. Ahora, los ministerios de la guerra –como dilucidaba Orwell- buscan la paz, con lo que ambos términos se confunden en una dicotomía legitimada. Contra un Sistema que utiliza selectivamente la violencia (a veces no física, pero sí una violencia invisible, aunque siempre dolorosa), si buscamos una paz verdadera, basada en la solidaridad y la justicia entre los pueblos, no puede ser por otro medio que no sea mediante la violencia.
El Estado de Derecho legitima el derecho a emplear la violencia, empuja al individuo a venderse como fuerza de trabajo, a la precariedad y al sometimiento dentro los límites establecidos. Mediante esa violencia estatal invisible, cientos de miles de personas se suicidan al año en todo el mundo y otras tantas mueren a causa de las “guerras por la paz”. Si queremos luchar por un pacifismo verdadero, construido sobre unas bases sólidas, no hay otro camino que no sea la revolución violenta contra todos los elementos que aún hoy, como antaño, siguen conformando ese ente depredador que es el poder.
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